14 mar 2009

CARTA DE UN ASESINO EN SERIE

No es fácil ser un asesino, algunas veces tengo que lidiar con la suerte, en otros, sólo es un acto por defecto de un instante en mi mente, tan rara, oculta, sucia y brillante.

A veces me gustaría saber que pensaron en ese momento las personas a las cuales degollé sin compasión. Me gustaría saber que sintieron cuando colocaba mis manos alrededor de sus cuellos y apretaba duro y firme sin cesar, hasta ver lo venoso de sus ojos. Hasta ver, como caían las lágrimas de miedo por sus mejías y se abrían surcos de dolor.

Todos ellos fueron inocentes ante los demás, pero no ante mí; por eso, no los perdoné. Ahora y nunca. Nunca lo haré porque sé que no existe la otra vida. Ellos me lastimaron, provocaron una gran herida en mí, tal vez sin saberlo. Sin embargo, eso no es excusa para recibir mi castigo divino. Nadie se salvó, todas mis victimas fueron eliminadas: adultos, jóvenes, niños y niñas.

Saben, lo más curioso de todo esto, sin duda, fue que toda mi ira salía por mis manos. El goce que sentía era inexplicable, hasta el punto que llegué hacerlo cada vez más ha menudo; sólo bastaba una mirada y una simple sonrisa para que me lastimaran.

Los momentos más felices fueron cuando conocí a Laura, realmente era fabulosa; pero la forma como tomaba mis manos, tan delicadamente, con una ternura única, me hacia basura. Me tornaba en un ambiente de desprecio hacía mí mismo. A sus catorce años podía crear todo un mundo complejo de insatisfacciones que realmente me fastidiaba. Así que decidí hacerlo de una vez. La acorrale en un cuarto, saque un pequeño punzón he hice pequeños cortes en sus mejías. Luego, le corte los labios y, al verla sufrir, una sonrisa se dibujo en mi rostro; hasta que ella no pudo más y cayó. La miré a ella y a mis manos encarnecidas. Le arranque los ojos para que ella no pudiera ver mi dolor el cual nunca se debió dar.
Marco Segovia Guzmán

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