La ventana la usé para
escapar.
Estos últimos meses mis
ideas cabían en días y hasta semanas; la pereza de retomar la respiración era
lo suficientemente decidida como para espantar descaradamente la vida útil.
Estaba dicho, no quería hacer nada.
Trabajar por mi cuenta es
excitante, los horarios son curvas peligrosas donde puedes cometer un accidente
y ser parte de las victimas. Hice de todo un poco antes de empezar trabajos en
la cama y terminarlos en el sillón. Mantuve esa esperanza de caminar horas y
horas sin responsabilidades hasta terminar a un centímetro del abismo por que
tampoco soñé con pasearme a mi mismo por toda la vida. Me sedujo el silencio,
no el mío si no del resto.
Diciembre, Enero y Febrero,
cada día solía escoger el mejor horario para descansar: el horario de trabajo de
los demás y jugar a que me pagaban por dormir o por no ir a trabajar. Este
tiempo fue suficiente para que la locura me presionara los pómulos y tuviera la
voz de mi mama gritándome ¨levántate que ya es tarde¨ aun así mis audífonos
gritaban lo contrario y me cantaban que estar despierto solo es para lo que
sufren de insomnio.
Tenia un ángel responsable
en un hombro pero en el otro dos demonios que sabían divertirse, estos burlaban
la muerte con gracia y brío. Se palanqueaban y decidían que hacer conmigo
mientras yacía invalido debajo del techo. Así empecé a aburrirme del encanto y el desencanto por que
ellos me enseñaban la tangente con un par de flechas direccionales y las
instrucciones de cómo cagarla y resolverlo durmiendo.
La vida es una cárcel con
las puertas abiertas lo leí en la pared de media verónica y le hice caso: tomé
mucho aire y mientras miraba mi ventana tan pequeña como hace 20 años -donde antes
cabía sobrando- Escapé aun teniendo la alternativa de salir por la puerta.
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